Por Fernando Luis Egaña /
No es posible la llamada “coexistencia” que plantea Delcy Rodríguez entre la instancia de poder que ella preside formalmente, y la Asamblea Nacional o cualquier otro organismo del poder público que no sea controlado por el oficialismo, a cualquier nivel, y sobre todo a nivel regional y municipal.
Y no es posible, porque la naturaleza de la hegemonía lo impide. No porque distintos sectores opositores no estén de acuerdo o dispuestos a “coexistir”, sino porque el propio montaje de la “constituyente” es una demostración adicional de que la hegemonía no puede aceptar que existan con contrapesos efectivos a su afán de dominio.
La Asamblea está neutralizada de hecho y de “derecho” desde hace mucho tiempo, y la “constituyente” es una estratagema para tratar de imponer de forma definitiva la voluntad de continuismo sobre la voluntad popular de cambio. Y ello se está observando en las complicaciones ya establecidas al proceso electoral regional, que muy probablemente se harán más agudas y humillantes en los próximos días. Y luego seguramente vendrán más entuertos con miras a unas eventuales elecciones presidenciales. No nos confundamos, la hegemonía no tiene intención alguna de dejar el poder por los mecanismos democráticos del sufragio.
Por otra parte, la disolución formal y protocolar de la Asamblea es una opción que está planteada y que si no ha sido adoptada es porque están esperando una oportunidad que, a juicio del poder hegemónico, sea más propicia. Uno supone que estarán evaluando en impacto internacional de esa decisión o quizás estén esperando que se realicen los comicios regionales, para proceder en consecuencia. Pero la guillotina está preparada para cuando se decrete la orden de decapitar.
No es casualidad, así mismo, que la “asunción” de competencias de la Asamblea Nacional a manos de la “constituyente” haya ocurrido justo después del viaje de Maduro a La Habana. La influencia del régimen castrista sobre el régimen que impera en Venezuela ha sido y es determinante. En algunas épocas se disimulaba un poco, pero ya no. Y en Cuba, bien se sabe, no existe ni siquiera el concepto de “coexistencia” de poderes. La esencia de un sistema totalitario es precisamente el monopolio del poder, nada de compartirlo con nadie.
Y a estas alturas de la tragedia venezolana, no es posible rebatir que la Cuba castrista es el modelo a seguir. No necesariamente a calcar, pero si a seguir. ¿Coexistencia? Nada que ver.