jueves, 5 de octubre de 2017

octubre 05, 2017



 Por Rafael Marrón González @RafaelMarronG /  


Aunque parezca utópico este país nuestro no tendrá salida política evolucionaria – asumo el término - hasta que su población esté integrada, en su más amplia mayoría, por ciudadanos, y que esta condición prive sobre toda otra consideración, porque solo así la política ejercida por ciudadanos, y no por codiciosos ávidos de poder ni por furibundos consumidores de migajas ni por ejemplares del determinismo económico, se usará en su sentido filosófico para transformar y crear mundos nuevos para el hombre. Solamente en este vehículo de primer orden es posible crear  nación, lo que hasta ahora se ha tratado de desarrollar en torno a la figura histórica de Bolívar con resultados catastróficos para el país, que sí existe y es un compendio de posibilidades que no han servido de mucho para el progreso, pues el desarrollo de su gente ha sido muy segmentado. Y solo una nación, componente humano integrado por individuos conscientes de su responsabilidad consigo, con los suyos, con la sociedad, puede enrumbar al país hacia el disfrute pleno de la democracia liberal como sinónimo de civilización, que al ser ejercida por ciudadanos garantiza que su mayoría circunstancial no será usada para oprimir a la minoría transitoria. Ser ciudadano es nada más que introyectar el valor responsabilidad - compromiso, voluntad, persistencia, puntualidad -  como el deber del ser frente al oportunismo degradante del estar. La moral que impera en la esfera social de los Estados Unidos es el altruismo, pero la filósofa del capitalismo Aynd Rand insistía en el interés propio como única expresión moral del individuo – “el hombre como ser heroico con su propia felicidad como el objetivo moral de su vida”. El socialismo, por su parte, impone como dogma la solidaridad automática, como deber moral de la sociedad devenida en masa sin aspiraciones individuales, sin considerar que el individuo es esencialmente un conjunto indivisible de información genética, histórica, cultural y social que lo constituye irrepetible y de talento singular. En oposición, considero, que la moral del individuo, que es la célula fundamental de la sociedad y por ende de la familia, que conforma su pluralidad, debe ser la de la responsabilidad, consigo y con los suyos, o sea con los próximos, - interés propio – y con la sociedad – altruismo, solidaridad, filantropía -, pues no puede sobrevivir un individuo filantrópico o solidario, la diferencia depende de su capacidad económica, sin observar debidamente el interés propio, pero tampoco uno que prescinda de sus deberes sociales por egoísmo negativo. El humanismo debe ser su Norte, sin obviar el humanitarismo, necesario mientras el hombre no desentrañe su condición humana. La moral de la responsabilidad no puede ser metafísica – razonamiento delegado en la mística –ni esperanzada – aspiración en el azar - es eminentemente pragmática, solo acepta lo que puede ser verificable, y por ello asume las consecuencias de sus actos y responde por ellos ante las instituciones de la sociedad, basado en la convicción de estar contribuyendo con una sociedad en la cual impera la ley y la justicia.

Moral de la responsabilidad, imperio de la ley
La más extraordinaria de las revoluciones sería aquella que, por voluntad personal, introyecte en el individuo el sentido de responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Por ejemplo, Venezuela está llena de hijos sin padre. Una lesión terrible al cuerpo social, pues por estupidez se suele considerar a los hijos legales superiores a los nacidos sin la previa legalización del acto sexual, que es lo que significa la palabra matrimonio. Cuando la única diferencia entre ambos es la responsabilidad con los primeros y el abandono y hasta desprecio de los segundos, lo que genera el resentimiento que produce distorsiones morales de consecuencias irremediables. Por eso soy liberal, porque además de su exigencia de un gobierno mínimo y de su premisa sobre la libertad como única vía ascensional de la humanidad, es la responsabilidad con las consecuencias de sus actos lo que fortifica el carácter ciudadano de los integrantes de la sociedad. Y el imperio de la ley es el supremo defensor de esa condición política, económica y social. 


El humanismo es la solución

La base de la moral de la responsabilidad es el humanismo, que se caracteriza por colocar al ser humano, en cuanto posibilidad, en el epicentro del accionar político. El humanitarismo, consecuencia de la falta de humanismo, es responsable de reparar los estragos causados por la inhumanidad, que tiene su paradigma en este manifiesto absurdo: “mientras más conozco al hombre más quiero a mi perro”, por ello es hora de elevar a nivel de consciencia al humanismo, para detener la épica bélica que construye héroes sobre montañas de víctimas inocentes, por el capricho de algún desaforado ávido de reconocimiento histórico. Venezuela necesita con urgencia que sus calles y plazas y parques honren el humanismo, con estatuas e instituciones dedicadas a los hombres y mujeres que se han destacado por su labor en pro de la ciencia, la cultura y la intelectualidad. Dejando la monumentalidad heroica para referencia de lo que no puede volver a suceder. Pues no es posible que Venezuela, en este preciso instante del más portentoso presente de la historia de la humanidad, esté convocando a su juventud a morir por la patria. ¿Qué patria es esa que no cesa de inmolar a su juventud en la hoguera del crimen? Eso es inmoral. Irresponsable. Y decadente. La juventud debe ser convocada al crecimiento intelectual y filosófico, además de científico y tecnológico,  para que sus profesionalización no se pierda en el vacío conceptual – un profesional sin lógica es un azote - hagámosle caso a Platón: “habrá mal en las ciudades hasta que la raza de los filósofos no llegue al poder, o hasta que los jefes de las ciudades, por una especie de gracia divina, no se pongan a filosofar” - ¿qué es un profesional sin sentido crítico,  sin razonamiento, sin mirada contextualizada? ¡Un operario! Mano de obra universitaria. Lo que estamos viviendo hoy es un claro ejemplo de esta falencia. Algún día la ciencia tendrá el valor de reconocer que esa actitud, incomprensible para la lógica, es por la falta de desarrollo del cerebro racional, motor de la inteligencia, ese que comenzó a surgir en la Grecia de Sócrates e hizo eclosión en el Siglo XX, en el cual la humanidad pasó del carro de mulas a la exploración espacial, en un vertiginoso salto… para regresar contrita al populismo medioeval. Por culpa de la ausencia de la moral de la responsabilidad.