Los actores políticos confrontados en
Venezuela continúan afinando sus jugadas e iniciativas; cada día, cada
amanecer hay alguna actividad que busca colocar al contrario en
condiciones desventajosas frente a la opinión pública.
Quien parece tener un repertorio mayor
son los sectores que respaldan a la unidad democrática; sus jugadas son
variadas y cuenta con pueblo para adelantarlas, cosa que no sucede con
el gobierno que solo dispone de la represión de los efectivos militares y
de un grupo de paramilitares vinculados a diversas fechorías.
El 16 de julio ambos creyeron haber
jugado una pieza importante: el gobierno apostó por un simulacro con
unas cuantas máquinas de votación y en “poquiticos” puntos. La frialdad y
la soledad que acompaño al régimen fue notablemente angustiosa para
Maduro y su comisión electoral.
Muy distinta, como se diría en términos
taurinos, fue la faena bordada por la MUD. Los asistentes se contaron
por millones, aquí y allende las fronteras, propinándole al gobierno una
trompada de inmenso calibre.
Ambos jugaron: el gobierno con su
comisión electoral y la MUD con el pueblo. Ganó la MUD y el pueblo, sin
embargo, severas deficiencias observan uno y otro. La comprensión
lectora-política de quienes han elevado el tono de la disputa política a
tan altos decibeles deja mucho que desear.
La oposición que logró una
extraordinaria jornada movilizando sobre los 7.5 millones ciudadanos,
lee erradamente el resultado y, además de permitir que la anarquía se
apodere de las calles, no ilumina a su adversario respecto a una salida a
su dificultad: hasta en las guerras se ofrecen facilidades para la
rendición del enemigo.
La ciudadanía acudió masivamente a la
Consulta Popular para dejar muy clara su postura democrática, pacifica y
disposición civilista para encarar las dificultades del presente. No
acudió a expresar su voluntad para que al día siguiente unos cuantos
atormentados, ungidos por la gracia de algún espanto delirante,
disfrazados de soldados medievales y en competencia, en cuanto a
colorido, con las guacamayas que surcan los cielos de Caracas,
obstaculizaran la libertad de movilización de buena parte de la
colectividad.
Nadie fue a expresar su voluntad para
que al día siguiente se sumará un fallecido más a la indeseable cuenta
que diariamente se anuncia, nadie extendió el permiso de sonar la
trompeta de la guerra. Una gesta como la del 16 de julio merecía que el
liderazgo político interpretará rápida y adecuadamente el sentir y la
aspiración de la sociedad.
Ni uno, ni otro han dado una lectura
acertada de lo ocurrido. El gobierno, cree que con mera propaganda puede
suplir la realidad, se alimenta desde Orwell y 1984 para borrar la
historia. La oposición sigue atragantada del éxito y se observa tímida a
la hora de tener que encarar discursivamente a su adversario.
Las posturas dubitativas nos conducirán
por caminos espinosos cuyo destino será incierto. Insistir en la pólvora
y aumentar el número de victimas colocan en un nivel muy alto la
posibilidad de la justicia transicional.
A ambos, gobierno y oposición, les
interesa una salida negociada, y hacia allá deben estar dirigidas todas
las energías. Sucumbir a las posturas extremas, que las hay de lado y
lado, es someter a todo el país a condiciones de vida inaceptables.
El liderazgo político opositor ha
presentado una hoja de ruta que han suscrito las organizaciones más
relevantes e importantes de la MUD para avanzar hacia un gobierno de
Unidad Nacional. Un paso importante, pero resta terminar de digerir los
resultados del 16 de julio y negociar políticamente aquellos asuntos que
posibilitarán la búsqueda de la paz y la concordia entre los
venezolanos.