El alcalde de El Hatillo, y Responsable
Nacional Adjunto de Voluntad Popular, David Smolansky, luego de que la
sátrapa del CNE abriera su hocico para tratar inútilmente de darnos un
baño excremental con la triste e inverosímil cifra de nada menos que 8
millones de votos en el fraude prostituyente, escribió con amplia razón
en su cuenta twitter: “Los comunistas siempre se engañan a sí mismos.
Dejan de engañarse cuando pierden el poder. Aceleraron su salida. La
calle sigue viva”. Y es que esta pantomima estéril y nauseabunda no es
más que uno de los últimos estertores de la dictadura, en nuestras manos
está el reto de darle el tiro de gracia.
Con un par de cientos de autómatas —esos
a los que ellos mismos llaman “pueblo portátil”— los maltrechos
pseudotriunfadores de la noche hicieron gala de su flamante victoria
pírrica por decreto y trampa, estaban en su derecho de celebrar lo que
quisieran, pero fuimos nosotros quiénes avanzamos, así que solo les
quedó un patético show agrio en el que las caras largas desfilaban por
la pantalla, sosteniendo a duras penas las sonrisas forzadas del que ríe
con plena conciencia de la estafa.
El chavismo decidió incinerar cada
página de la carta magna del 99 y con ella todo vestigio de confianza en
el sistema electoral y su ya mermado capital político, hoy ya no tiene
nada, salvo las armas de la república, manchadas con la sangre de
nuestros mártires.
De acuerdo al estudio estadístico de
modalidad exit poll, aplicado a la “elección” prostituyente, solo 12 de
cada 100 venezolanos acudió a la pantomima, sin embargo, un informante
interno —y por cierto rojo— del CNE, nos hizo saber que el 25% de los
votos fueron nulos, lo que indica un rechazo implícito al acto barbárico
del sufragio forzado, y revelando a la vez que de esos 12 solo 9 son
votos verdaderamente chavistas, a eso se reduce su capital político, son
la minoría más paupérrima de la historia republicana, y ello quedó
demostrado con la soledad que reinó en los centros electorales durante
todo el día.
¿Qué fue lo que ganaron?
¡Nada! Porque en esta pantomima ni
siquiera hubo contendores internos, era una carrera de cien metros
planos con un solo corredor que podía tomarse todo el tiempo y todos los
descansos que quisiera antes de completar la pista. Si solo el
candidato votaba por sí mismo, ganaba.
¿Qué perdieron?
Aparte de la dignidad, porque hasta
cuando se pierde frente a otro hay una dignidad que el vencedor no puede
alcanzar, perdieron la credibilidad ante el concierto de naciones más
fuertes de la región, la máscara de democracia y la legitimidad de
origen, algo nunca visto pues, como Chacumbele, él mismito se mató.
¿Qué ganamos?
Ganamos dignidad y grandeza, este ha
sido el más grande golpe silente que le haya dado pueblo alguno a una
dictadura pues 91 de cada 100 venezolanos decidió no avalar al bodrio
prostituyente y por tanto a la dictadura, esto, amigos lectores, después
de la consulta popular del 16 de julio, es la más grande muestra
nacional de DESOBEDIENCIA CIVIL, es el 350 puro y duro, una expresión
popular en la que además se logró agrupar las voluntades de los
empleados públicos que no actuaban por miedo a represalias, avanzando de
esa manera hacia la unificación de las fuerzas democráticas.
¿Qué perdimos?
En el campo político no perdimos nada en
lo absoluto puesto que no se trataba de un verdadero ejercicio
democrático signado por el derecho al sufragio directo, secreto,
universal y de primer grado, era una simple pantomima con la que
pretendían darle legitimidad a la dictadura y nuestra ausencia les quitó
esa legitimidad de origen que da el voto, gracias a esta hazaña que
hicimos no hay ninguna diferencia entre Pedro Carmona y cualquiera de
los monigotes de la prostituyente, ¡Ninguna!
Lo triste de esta jornada de
desobediencia civil, y que lamentablemente sí contamos como pérdida, y
de las más amargas, es el asesinato vil de 16 de nuestros compañeros, 16
vidas que fueron arrancadas a bala y pólvora por los esbirros de la
dictadura que pretenden sembrar silencio donde crece la rebeldía. A
ellos honor y gloria, pero sobre todo nuestro compromiso ciudadano de
lograr lo que a ellos les impidieron, conquistar la democracia. Eso nos
deja el corazón roto, pero el dolor debe convertirse en fuerza, una que
destruya desde los cimientos todo lo que debe ser destruido y construya
nuevamente la nación que queremos.
La prostituyente, amigos lectores, fue
un fracaso monumental, una enorme montaña de excremento fétido que no
pueden tapar, pero, sobre todo, es el inicio de una nueva etapa de lucha
que está signada por la participación de 91% de los venezolanos
decididos echar para siempre a la tiranía y a su apestoso comunismo. Si
antes era una obligación personal, hoy es un compromiso nacional.