lunes, 31 de julio de 2017

julio 31, 2017

El alcalde de El Hatillo, y Responsable Nacional Adjunto de Voluntad Popular, David Smolansky‏, luego de que la sátrapa del CNE abriera su hocico para tratar inútilmente de darnos un baño excremental con la triste e inverosímil cifra de nada menos que 8 millones de votos en el fraude prostituyente, escribió con amplia razón en su cuenta twitter: “Los comunistas siempre se engañan a sí mismos. Dejan de engañarse cuando pierden el poder. Aceleraron su salida. La calle sigue viva”. Y es que esta pantomima estéril y nauseabunda no es más que uno de los últimos estertores de la dictadura, en nuestras manos está el reto de darle el tiro de gracia.
Con un par de cientos de autómatas —esos a los que ellos mismos llaman “pueblo portátil”— los maltrechos pseudotriunfadores de la noche hicieron gala de su flamante victoria pírrica por decreto y trampa, estaban en su derecho de celebrar lo que quisieran, pero fuimos nosotros quiénes avanzamos, así que solo les quedó un patético show agrio en el que las caras largas desfilaban por la pantalla, sosteniendo a duras penas las sonrisas forzadas del que ríe con plena conciencia de la estafa.
El chavismo decidió incinerar cada página de la carta magna del 99 y con ella todo vestigio de confianza en el sistema electoral y su ya mermado capital político, hoy ya no tiene nada, salvo las armas de la república, manchadas con la sangre de nuestros mártires.
De acuerdo al estudio estadístico de modalidad exit poll, aplicado a la “elección” prostituyente, solo 12 de cada 100 venezolanos acudió a la pantomima, sin embargo, un informante interno —y por cierto rojo— del CNE, nos hizo saber que el 25% de los votos fueron nulos, lo que indica un rechazo implícito al acto barbárico del sufragio forzado, y revelando a la vez que de esos 12 solo 9 son votos verdaderamente chavistas, a eso se reduce su capital político, son la minoría más paupérrima de la historia republicana, y ello quedó demostrado con la soledad que reinó en los centros electorales durante todo el día.
¿Qué fue lo que ganaron?
¡Nada! Porque en esta pantomima ni siquiera hubo contendores internos, era una carrera de cien metros planos con un solo corredor que podía tomarse todo el tiempo y todos los descansos que quisiera antes de completar la pista. Si solo el candidato votaba por sí mismo, ganaba.
¿Qué perdieron?
Aparte de la dignidad, porque hasta cuando se pierde frente a otro hay una dignidad que el vencedor no puede alcanzar, perdieron la credibilidad ante el concierto de naciones más fuertes de la región, la máscara de democracia y la legitimidad de origen, algo nunca visto pues, como Chacumbele, él mismito se mató.
¿Qué ganamos?
Ganamos dignidad y grandeza, este ha sido el más grande golpe silente que le haya dado pueblo alguno a una dictadura pues 91 de cada 100 venezolanos decidió no avalar al bodrio prostituyente y por tanto a la dictadura, esto, amigos lectores, después de la consulta popular del 16 de julio, es la más grande muestra nacional de DESOBEDIENCIA CIVIL, es el 350 puro y duro, una expresión popular en la que además se logró agrupar las voluntades de los empleados públicos que no actuaban por miedo a represalias, avanzando de esa manera hacia la unificación de las fuerzas democráticas.
¿Qué perdimos?
En el campo político no perdimos nada en lo absoluto puesto que no se trataba de un verdadero ejercicio democrático signado por el derecho al sufragio directo, secreto, universal y de primer grado, era una simple pantomima con la que pretendían darle legitimidad a la dictadura y nuestra ausencia les quitó esa legitimidad de origen que da el voto, gracias a esta hazaña que hicimos no hay ninguna diferencia entre Pedro Carmona y cualquiera de los monigotes de la prostituyente, ¡Ninguna!
Lo triste de esta jornada de desobediencia civil, y que lamentablemente sí contamos como pérdida, y de las más amargas, es el asesinato vil de 16 de nuestros compañeros, 16 vidas que fueron arrancadas a bala y pólvora por los esbirros de la dictadura que pretenden sembrar silencio donde crece la rebeldía. A ellos honor y gloria, pero sobre todo nuestro compromiso ciudadano de lograr lo que a ellos les impidieron, conquistar la democracia. Eso nos deja el corazón roto, pero el dolor debe convertirse en fuerza, una que destruya desde los cimientos todo lo que debe ser destruido y construya nuevamente la nación que queremos.
La prostituyente, amigos lectores, fue un fracaso monumental, una enorme montaña de excremento fétido que no pueden tapar, pero, sobre todo, es el inicio de una nueva etapa de lucha que está signada por la participación de 91% de los venezolanos decididos echar para siempre a la tiranía y a su apestoso comunismo. Si antes era una obligación personal, hoy es un compromiso nacional.

Nos vemos en las calles, donde nacerá la nueva democracia.