El plebiscito o la consulta popular, ha
confirmado lo que se sabía desde las elecciones parlamentarias de
diciembre de 2015, lo que reflejan todas las encuestas respetables en
Venezuela (que las hay), y lo que representa más de 100 días de
protestas sociales en todo el país: en pocas palabras, que la abrumadora
mayoría de los venezolanos rechaza a la hegemonía roja que encabezan
Maduro y los suyos; lo que dicho de otra manera significa que el
conjunto del país aspira un cambio de fondo, efectivo, real, verdadero,
que abra una nueva etapa hacia la reconstrucción de Venezuela.
No se puede tapar esa realidad con un
fusil o con una tanqueta, y mucho menos con la estratagema
constituyente, que ahora está más deslegitimada que antes. Pero no nos
confundamos: el plebiscito reitera un mandato de cambio, y si lo
reitera, es precisamente porque ese mandato todavía está pendiente de
ser cumplido. ¿Pudo cumplirse antes? Sostengo que sí, pero faltó la
suficiente voluntad para ello en algunos sectores influyentes de la
oposición política. ¿Puede cumplirse ahora? Sostengo que no es que se
puede, es que se debe cumplir. Las condiciones están dadas para ello. No
se debe perder esta inmensa oportunidad de cambio que brinda el pueblo
venezolano, con su coraje político y con sus gravosas necesidades
económicas y sociales.
Dicho esto, debe reconocerse la calidad
operativa del plebiscito o la consulta popular. Muy bien organizado, y
en un ambiente de expectativa afirmativa. El aparataje del CNE y el
despliegue del Plan República no hicieron falta para nada. Al contrario.
La naturaleza puramente cívica, comunitaria, vecinal del proceso, le
dieron una configuración que nos reconcilia con lo mejor de nuestro
país. Y esto fue así, desde Catia hasta Caurimare. Desde Maracaibo hasta
Margarita.
La llamada “revolución” ha sido un
período traumático de la historia venezolana, que terminó corroyendo los
cimientos de la república, de la democracia, del estado y de la
economía, y que sumió al país en una espantosa crisis humanitaria a
pesar de la bonanza petrolera más prolongada y caudalosa de los anales.
Un fracaso histórico, si los hay. Por eso la abrumadora mayoría del
pueblo venezolano rechaza al poder establecido, y a su hegemonía
despótica, depredadora, envilecida y corrupta; que es lo que siempre ha
sido, aunque lograra disfrazarse con ropajes de justicia social. La
“revolución” tiene violencia, tiene privilegios, tiene obsesión de
continuismo, pero lo que no tiene es pueblo. De allí que Venezuela no
pueda seguir esperando por el cambio que reclama y necesita.