Miguel Aponte @DoublePlusUT /
El totalitarismo consiste en la tentativa de materialización de la siguiente máxima: lo que no está prohibido, es obligatorio. Todas las dictaduras, eso sí, reeditan los argumentos por los cuales su pretensión se justifique. Dado que los argumentos siempre quedan desnudos, al final, el único soporte del abuso totalitario viene a ser la violencia contra el ciudadano, la matanza y la cárcel para todo el que se oponga.
Como este camino no tiene punto de descanso, todos los dementes que lo han seguido terminan siempre entrampados en la necesidad de tener que dominar la vida de todos y de todo y de inmiscuirse hasta en la nevera y la mesa de noche de cada ciudadano. El punto final e imposible del trayecto dictatorial sería que la sociedad acepte todas las imposiciones e, incluso, además, las pida y las agradezca. Es este el sueño de todo dictador. Es esto lo que pretende Maduro: que aceptemos su constituyente y además todos muy contentos.
Maduro quisiera dictarnos las ordenes hasta de cuándo y qué comer: ahora te casas, ahora compras pan, ahora tienes hijos, ahora me los entregas, ahora traicionas a tus padres y a tus amigos; y no pare de contar. ¿Cómo puede funcionar tal imbecilidad cruel? Ese es el punto, no puede funcionar. Pero, entonces, ¿por qué cada cierto tiempo aparece un imbécil erigiéndose en salvador y todavía haya quien le crea y siga?
El único mecanismo que puede proteger a cualquier sociedad, culta o rica o pobre e ignorante, será siempre una educación democrática, un proyecto que nos toca defender por sí mismo. Se trata de entender lo que los comunistas jamás comprendieron: que la libertad no es un estado, sino un afán constante. Quieren algo imposible, que muera ese afán, la disconformidad indispensable para vivir y progresar. Son mezquinos y crueles y a la vez superfluos y estúpidos. Olvidan que, aunque haya fanáticos y tontos útiles, habrá siempre mucha más voluntad opositora, germen de la libertad; y, contra este germen, que se olviden, nunca podrán.
Como este camino no tiene punto de descanso, todos los dementes que lo han seguido terminan siempre entrampados en la necesidad de tener que dominar la vida de todos y de todo y de inmiscuirse hasta en la nevera y la mesa de noche de cada ciudadano. El punto final e imposible del trayecto dictatorial sería que la sociedad acepte todas las imposiciones e, incluso, además, las pida y las agradezca. Es este el sueño de todo dictador. Es esto lo que pretende Maduro: que aceptemos su constituyente y además todos muy contentos.
Maduro quisiera dictarnos las ordenes hasta de cuándo y qué comer: ahora te casas, ahora compras pan, ahora tienes hijos, ahora me los entregas, ahora traicionas a tus padres y a tus amigos; y no pare de contar. ¿Cómo puede funcionar tal imbecilidad cruel? Ese es el punto, no puede funcionar. Pero, entonces, ¿por qué cada cierto tiempo aparece un imbécil erigiéndose en salvador y todavía haya quien le crea y siga?
El único mecanismo que puede proteger a cualquier sociedad, culta o rica o pobre e ignorante, será siempre una educación democrática, un proyecto que nos toca defender por sí mismo. Se trata de entender lo que los comunistas jamás comprendieron: que la libertad no es un estado, sino un afán constante. Quieren algo imposible, que muera ese afán, la disconformidad indispensable para vivir y progresar. Son mezquinos y crueles y a la vez superfluos y estúpidos. Olvidan que, aunque haya fanáticos y tontos útiles, habrá siempre mucha más voluntad opositora, germen de la libertad; y, contra este germen, que se olviden, nunca podrán.