Pbro. Lic. Joel de J. Núñez F. | @padrejoel95 /
La parábola del evangelio que se lee este domingo se puede titular “parábola del jefe bueno”, porque relata la historia de un dueño de una viña que contrata obreros para trabajar en ella y a los primeros que contrata les ofrece un determinado pago, los cuales aceptan, y a los últimos que contrata y llegan más tarde a su viña les paga lo mismo en signo de bondad, generosidad y misericordia; los primeros protestan, pero el jefe de la viña no les estaba haciendo ninguna injusticia, porque había pactado con ellos en ese salario. Por eso concluye la parábola de hoy con la pregunta que le hace el jefe de la viña a los primeros obreros contratados: ¿vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?
En la parábola el dueño de la viña representa a Dios generoso, la viña es su servicio, los trabajadores son los hombres, la humanidad y el denario o la paga representa el Reino de Dios que se da a todos por igual. La justicia del jefe de la parábola está en que a los primeros obreros contratados le dio lo que se había acordado y la generosidad está en que a los últimos les dio igual que a los primeros, pensando que no tendrían lo suficiente para mantenerse ellos y sus familias. Así que el jefe que representa a Dios en la parábola hace justicia, es bueno y generoso a la vez.
La parábola está dirigida a los fariseos y a la multitud que seguía a Cristo. Históricamente, los primeros convocados a participar en el Reino de Dios fueron los judíos, como pertenecientes al pueblo de la Alianza; pero en tiempos de Jesús, los grupos religiosos de entonces (fariseos, saduceos, escribas), se creían los únicos herederos de tales promesas y que fuera de ellos ningún otro podría salvarse ni ser merecedor de la esperanza mesiánica (lamentablemente esto nos recuerda algunos grupos protestantes fanáticos de hoy en día que pregonan un mensaje parecido). Ante esta actitud y en fidelidad a su vida y misión; Nuestro Señor, Jesucristo, revelador del amor, de la misericordia, bondad y justicia de Dios Padre, hace entender a los jefes religiosos de ese momento que lo que Él hacía al estar cerca de los pobres, de los pecadores, de las mujeres y los niños, de los marginados de la sociedad de entonces, era expresión del corazón de Dios y la presentación real, auténtica del comportamiento divino y no la desfiguración en la que habían convertido la religión y las promesas del Antiguo Testamento por parte de los grupos religiosos del momento. En otras palabras, Cristo les da a entender a los fariseos, saduceos y escribas que si bien ellos son herederos de las promesas de salvación que vienen del Antiguo Testamento y que se cumplen y actualizan en su persona; también les enseña que aquellos que ellos consideran excluidos de tales promesas son coherederos y que así es el comportamiento de Dios. Recordemos lo que Jesús dijo en una ocasión: “Yo no he venido para los justos, sino para los pecadores”; “No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos”, “el hombre se hizo para el sábado y no el sábado para el hombre”. “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”, como termina diciendo el evangelio de hoy y que expresa que Dios está cerca del pobre, del enfermo, del olvidado por la sociedad. Por eso, Dios es un Padre bueno y justo, que da su gracia a todo aquel que se la pide, sin importarle condición social, raza, color, cultura, ni sexo.
Del texto evangélico, también Mateo hace una explicación eclesial; la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, compuesta por judíos (los apóstoles y los primeros cristianos convertidos del judaísmo) y la mayoría gentiles, los paganos convertidos al cristianismo y que fueron evangelizados en su mayoría por Pablo y otros apóstoles. Esta es la realidad actual de la Iglesia Católica, no somos pertenecientes al pueblo judío como tal, sino que somos de distintos países y dentro de nuestra Iglesia Universal hay muchas razas, culturas, colores, pensamientos, clases sociales; pero todos en unidad y fraternidad debemos ser hacia dentro de la Iglesia y fuera de ella testimonio vivo del evangelio que se sintetiza y concentra en el amor a Dios, al hermano y a uno mismo. La sociedad venezolana y el mundo general donde está presente la Iglesia de Cristo debe sentir que las palabras de su Maestro se hacen vida en nuestra realidad; es esta la misión perenne de la Iglesia y el deber de cada cristiano comprometido.
IDA Y RETORNO: Venezuela vive momentos difíciles y los cristianos católicos no podemos ser indiferentes a la realidad de nuestro país, a la par de orar por nuestra patria, debemos trabajar con responsabilidad, honestidad y ser factores de bien donde estemos. Se acercan unas nuevas elecciones y cada uno en conciencia, debe ejercer su derecho al voto pensando en el bien y en un cambio positivo para nuestro amado país. Dios bendiga a Venezuela y nos regale un país en progreso, justicia, paz, unidad, reconciliación y libertad.