Johnny E. Mogollón E. | @johnnymogollon /
El país que queremos no es el de la quinta, pero debemos poner pies sobre tierra y afirmarlo de una vez: tampoco es el de la cuarta. La nación que deseamos requiere una nueva sociedad, no solo un nuevo gobierno regido por obsoletos esquemas de dirección. Ni izquierda, ni derecha, necesitamos una república democrática comprometida con el hombre para que este a su vez lo haga con la patria y sus instituciones.
Haciendo un recuento histórico, tenemos que los partidos que nacieron al calor de la lucha por la democracia en los anales del siglo pasado, todos orientados hacia el lado izquierdo del espectro político, terminaron por formar gobiernos dirigidos por las clases pudientes y con políticas evidentemente liberales que abrieron un abanico de posibilidades para que los potentados explotaran a los trabajadores de formas inhumanas y ciertamente inconfesables, que terminaron apilándolos infrahumanamente en los cinturones de pobreza asentados en las ciudades. Los gobiernos liberales fueron el caldo maloliente en el que se formaron los industriales que hoy se han enriquecido más que nunca.
Los vientos del siglo XXI parecían traer un nuevo aroma pues la izquierda trasnochada, la de cafetín y la que había matado a otros hermanos venezolanos a nombre de la revolución de Fidel Castro, cada vez gozada de mayor atractivo, un resorte político que supo aprovechar el innombrable, para echar sal sobre las heridas sociales y cocinar en un solo caldo todas las molestias, disgustos y dolores populares. Así pues, aquella izquierda degenerada en populismo del más asqueroso, solo prometió venganza, rebatiña y repartición de botines, a un pueblo cegado por una enorme sed de justicia. Fue el inicio de la debacle de la nación pues dilapidaron las riquezas y acabaron con las empresas que las generaban, tanto públicas como privadas.
Aquellos polvos nos han traído a estos lodos, de forma tal que debemos enfocar nuestros esfuerzos ciudadanos en construir un nuevo Estado en el cual se premie la producción de riquezas sin caer en paternalismo suicida de los gobiernos liberales, y promoviendo la justicia social, es decir, la apertura de oportunidades para la movilidad económica de la masa demográfica sin caer en el populismo absurdo y derrochador que emplea los fondos nacionales en crear, a base de dádivas, becas y ayudas sin razón de ser, una raza de hombres castrados por el miedo a ser independientes, incapaces de guiar la república hacia la gloria y el desarrollo.
Los partidos políticos que hoy existen, los autodenominados de izquierda, los que buscan el centro y los que contraviniendo sus propios estatutos tienden sin ningún empacho ni vergüenza hacia la derecha, forman parte ahora de la prehistoria del accionar político nacional, otras formas, otros métodos de hacer política y quizá otros partidos y otros personajes también -si es que estos se niegan de plano a transformarse-, urgen para echar las bases de esa nueva república que deseamos.
Haciendo un recuento histórico, tenemos que los partidos que nacieron al calor de la lucha por la democracia en los anales del siglo pasado, todos orientados hacia el lado izquierdo del espectro político, terminaron por formar gobiernos dirigidos por las clases pudientes y con políticas evidentemente liberales que abrieron un abanico de posibilidades para que los potentados explotaran a los trabajadores de formas inhumanas y ciertamente inconfesables, que terminaron apilándolos infrahumanamente en los cinturones de pobreza asentados en las ciudades. Los gobiernos liberales fueron el caldo maloliente en el que se formaron los industriales que hoy se han enriquecido más que nunca.
Los vientos del siglo XXI parecían traer un nuevo aroma pues la izquierda trasnochada, la de cafetín y la que había matado a otros hermanos venezolanos a nombre de la revolución de Fidel Castro, cada vez gozada de mayor atractivo, un resorte político que supo aprovechar el innombrable, para echar sal sobre las heridas sociales y cocinar en un solo caldo todas las molestias, disgustos y dolores populares. Así pues, aquella izquierda degenerada en populismo del más asqueroso, solo prometió venganza, rebatiña y repartición de botines, a un pueblo cegado por una enorme sed de justicia. Fue el inicio de la debacle de la nación pues dilapidaron las riquezas y acabaron con las empresas que las generaban, tanto públicas como privadas.
Aquellos polvos nos han traído a estos lodos, de forma tal que debemos enfocar nuestros esfuerzos ciudadanos en construir un nuevo Estado en el cual se premie la producción de riquezas sin caer en paternalismo suicida de los gobiernos liberales, y promoviendo la justicia social, es decir, la apertura de oportunidades para la movilidad económica de la masa demográfica sin caer en el populismo absurdo y derrochador que emplea los fondos nacionales en crear, a base de dádivas, becas y ayudas sin razón de ser, una raza de hombres castrados por el miedo a ser independientes, incapaces de guiar la república hacia la gloria y el desarrollo.
Los partidos políticos que hoy existen, los autodenominados de izquierda, los que buscan el centro y los que contraviniendo sus propios estatutos tienden sin ningún empacho ni vergüenza hacia la derecha, forman parte ahora de la prehistoria del accionar político nacional, otras formas, otros métodos de hacer política y quizá otros partidos y otros personajes también -si es que estos se niegan de plano a transformarse-, urgen para echar las bases de esa nueva república que deseamos.