lunes, 22 de mayo de 2017

mayo 22, 2017

La paz, literalmente quietud y silencio, es para los dictadores militares, redundo porque toda dictadura es militar o no puede ser dictadura, la ausencia absoluta de expresión crítica por coacción. Quien quiera trabajo, comida, salud o educación debe  obedecer sin chistar. Eso es la paz de los sepulcros. Un sátrapa del Oriente explicaba a un visitante cómo mantenía su país en bucólica quietud: “¿Ves aquella espiga que sobresale sobre el armónico nivel de las demás? Sacó su espada y la cercenó de un tajo. “Así mantengo mi reino en paz”. Traducido esto a lenguaje chavista como “candelita que se prende, candelita que se apaga”. Juan Vicente Gómez, despreciable tirano venezolano, solía contemplar reflexivamente la tranquilidad del paisaje maracayero, y el silencioso bucolismo, lo incitaba a exclamar, con profunda satisfacción: “Umjú, anjá, el país está en paz, si señó”. Como un cementerio estaba el país, silenciado por el terror. Sus cárceles estaban repletas de desgraciados colgados en ganchos de carnicería, por haberse atrevido a criticar cualquier nimiedad. Su ley era un par de grillos en sus ergástulas siniestras. Los presos, eran “enemigos del gobierno” o sea de Dios y, por lo tanto, no tenían derecho ni a las visitas de sus familiares. Como Leopoldo López. El lema del miserable rústico era “Unión, paz y trabajo”, que, por lo bajo, el pueblo traducía “unión en las cárceles, paz en los cementerios y trabajo en las carreteras”, que eran abiertas, a través de intricadas serranías, a pico y pala, por jóvenes presos políticos, arrancados de la Universidad, como la de las Trincheras, en el estado Carabobo. Bajo su férrea represión militar Gómez se apoderó del país en nombre de la paz, por ello recibió de la Iglesia Católica, bajo el mandato de Benedicto XV, en el colmo del jalabolismo, la Orden Piana. Decir que un astroso criminal como este rústico tirano era pío, es decir piadoso, es la jalada de bolas más espectacular de la historia de la humanidad. Gómez mantuvo al país en el siglo XIX hasta 1936, cuando su próstata podrida tuvo a bien matarlo, en su cama, con extremaunción y rodeado de lágrimas devotas. Es que los tiranos, llámense Stalin o Gómez, Fidel,  Chávez  o Maduro, están unidos por el cordón umbilical de la paz. Tareck Zaidan El Aissami Maddah, nacido circunstancialmente en Mérida, que hoy funge como vicepresidente de la república, aunque el artículo 41 de la Constitución establece que su titular no puede poseer doble nacionalidad, como el otro que es venezolano por mandato del TSJ, destaca en unas declaraciones que  el gobierno “promueve la paz, pero estamos preparándonos para la lucha armada, que es la nueva doctrina bolivariana, la guerra de todo el pueblo”. Más claro imposible. Son sujetos de alta peligrosidad que buscan desesperadamente una guerra. Olvidamos que Chávez salió al aire a apoderarse del poder por las armas. Su sumisión a la democracia, que despreciaba como a la política, fue un ardid. Recuerden su amenaza “esta revolución es pacífica pero armada. Es decir “no se pongan cómicos porque los dejo pegaos”. La máxima aspiración de esta banda de forajidos violentos y corruptos, es que el pueblo duerma a pierna suelta, sin el menor esbozo de insatisfacción ante su miseria moral y física. Que no exista disidencia ni protestas sociales ni diferencias políticas traduce la palabra paz en su mentalidad absolutista.
Despreciado buscando oxígeno
Maduro, que acumula un 75% de desagrado (léase arrechera), distribuida equitativamente en todos los estratos de la población venezolana, por sus abusos y desviaciones de poder, se lanza contra el estado de derecho, decreto teocrático en ristre, en nombre del pueblo, el que puede meter en autobuses, con la excusa de la paz, en un maniqueísmo vergonzoso, ignorando olímpicamente la herencia filosófica dejada por Ghandi a la humanidad, “no hay camino para la paz, la paz es el camino”. Y lanza un anatema fulgurante: “quien quiera paz debe estar con la constituyente”, calificando por mampuesto a quienes denunciamos el carácter inconstitucional de su usurpación de funciones, como guerreristas. Y sus buzones empoderados repiten la consigna: “la Constituyente traerá la paz”, la que ellos han quebrantado desde hace 18 años con sus violaciones, trapisondas, inobservancias e interpretaciones caprichosas de la Constitución, que para desgracia de su despotismo, ellos mismos se impusieron. De nada vale la evidencia que señala como culpable de la violencia a la criminal represión innecesaria que ha desplegado el gobierno contra manifestaciones pacíficas, que ha producido cerca de 40 asesinatos de inocentes participantes que piden elecciones, de las que llevaron a Maduro al poder por una diferencia despreciable después de tanta alharaca. El estamento oficial se ha apoderado de la palabra paz, pero vaciándola de contenido. Paz significa ahora “dejen quieto a Maduro y a su banda de ladrones, para que sigan imperturbables destruyendo la moneda, la moral pública y el aparato productivo”. Y la nueva Constitución, producto de una ilegalidad, elaborada en Cuba, traerá la paz, no comida ni medicinas ni seguridad personal ni poder adquisitivo para el salario, solo la paz acumula polvo de los sepulcros. Recomiendo a Maduro resumirla a un solo artículo: Lo que Maduro diga, haga o deje de hacer, es ley suprema de la república.
La paz de Maduro puede ser su harakiri
El universo democrático internacional no admite ese subterfugio pacifista de Maduro y  considera su salto al vació la consolidación de su dictadura. Y, además, en megalomanía injustificada dotó a la oposición partidista y social de un nuevo argumento poderoso para intensificar el rechazo a su gobierno, aunque su decisión, en verdad, está amparada por la obediencia a la sentencia 155 del TSJ, lo que certifica su vigencia: “Se ORDENA al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela que (…) proceda a ejercer las medidas internacionales que estime pertinentes y necesarias (salida de la OEA) para salvaguardar el orden constitucional, así como también que, en ejercicio de sus atribuciones constitucionales y para garantizar la gobernabilidad del país, tome las medidas civiles (¿armar colectivos?), económicas (dólar a 5.500 Bsf?), militares (¿plan Zamora, antes Ávila?), penales (imputar líderes de oposición?), administrativas (¿enroque de sus ministros fanáticos?), políticas (¡Constituyente comunal!), jurídicas (¿militarizar la justicia, violando el precepto del juez natural?) y sociales (Clap, y aumentos salariales inflacionarios) que estime pertinentes y necesarias para evitar un estado de conmoción; y en el marco del Estado de Excepción…”.  Sin embargo, con este acto írrito, un verdadero suicidio histórico, adquiere vida el artículo 350 de la Constitución, incorporado por la soberbia mesiánica de aquella infeliz hora del surgimiento de la histeria feminoide por Chávez, para justificar el alzamiento militar del 4F y que como la Asamblea Constituyente y el referendo revocatorio, es arma de doble filo:  “El pueblo de Venezuela (…) desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. Medio palo. Significa que la paz que Maduro busca, solamente puede encontrarse en su renuncia, por imperativo del cometimiento de un acto que viola las garantías democráticas. Ahora sí adquirió legitimidad constitucional ese llamado a elecciones generales. Gracias a Maduro, el Chacumbele de la salsa aguada.
En conclusión
No hay mejor cuña que la del mismo palo. El vuelo madrugador, vía Cuba,  de la “vaca sagrada” – apodo con el que el pueblo nombraba el avión de Pérez Jiménez – anunciará la buena nueva.