El gobierno permite un saqueo igual que
arma delincuentes, hace juicios militares a civiles, decreta aumentos
salariales, hipoteca Citgo, regala el petróleo, saquea el oro de las
reservas o expropia empresas; así igualmente, de un momento a otro, se
inventó una constituyente. Entonces, de repente, Maduro llama a las
comunas, a los militares, a los obreros, a la MUD, a la CEV, al
mismísimo Papa y, si nos descuidamos, a todos nosotros, para montar una
“constituyente”: ¿no querían elecciones? ¿no querían diálogo? Ahí los
tienen pues. Para el dictador todo tiene que depender de él y como desde
hace tiempo sabe que no ganaría una elección ni en Miraflores, decidió
ahora que “concederá” una constituyente. Eso sí, una constituyente que
no esté en la constitución, que sea ilegal y bien ilegítima.
Maduro no quiere entender que cuando un
gobernante enfrenta a una persona lo que tiene enfrente es una opinión,
pero cuando tiene a todos los ciudadanos enfrente lo que tiene en las
narices es una decisión. No tiene que llamar a nadie; el ciudadano ya
está llamado, está en la calle, sabe lo que quiere, está perfectamente
consciente de lo que le conviene, quiere y necesita el país y lo que
decidió hacer el ciudadano -incluya usted a los chavistas, porque las
excepciones son enchufados, sometidos o están chiflados- es cambiarlo a
él, a Maduro. Lo que todos queremos es acabar con este régimen absurdo,
criminal y estúpido. Lo que debe es permitir al ciudadano que haga ya lo
que de todas formas va a hacer, aunque él se oponga: liberar a los
presos políticos, respetar a la Asamblea Nacional, cambiar al TSJ y
fijar elecciones libres y democráticas, en suma: cumplir la
Constitución. Pero, en cambio, Maduro prefiere patear también a los
chavistas imponiéndoles el peor parricidio imaginable: destruir la
constitución de 1999, ¡el único legado perdurable que dejó Chávez!
Aclararemos, al fin, algo que nos intriga hace tiempo: qué hace chavista
a un chavista, ¿las órdenes del jefe de turno o qué?