Por Fernando
Luis Egaña /
El “plan” de Maduro no es de Maduro, y ni siquiera es
propiamente de su predecesor. Es de los castristas que lograron colonizar al
Estado venezolano, y destruir, poco a poco, a ese mismo Estado, a la República,
a la democracia, a la economía productiva, y a la vitalidad de nuestra nación,
hoy a medio camino entre la emigración masiva y la resignación angustiosa.
El llamado “programa de recuperación, crecimiento y
prosperidad económica”, es una derivación de lo anterior, es decir una
derivación del proyecto de dominación que, en mi caso, suelo denominar como
hegemonía roja, y además destacando sus principales características: despótica,
depredadora y envilecida.
Entrar en disquisiciones sobre tales o cuales medidas
anunciadas o esbozadas en el referido “programa” no es lo más importante. Lo
más importante es evaluar el asunto en
la perspectiva del control hegemónico que ejerce el poder establecido, bajo la
tutela del régimen cubano. Si esto no lo entendemos así, en el fondo no
entendemos nada, y desde luego que es muy difícil luchar con eficacia en contra
de lo que no se entiende. Y más que difícil, en verdad no es posible.
Una de las facetas de ese proyecto de dominación, es
el disimulo seudo-democrático. Aprovechar valores, instituciones, factores de
la cultura democrática venezolana, para crear la impresión, dentro y fuera del
país, de que Venezuela es gobernada por una democracia tal vez “atípica”, de
corte socialista, empeñada en combatir la pobreza con métodos quizás agresivos,
pero que todo ello se desenvuelve en un marco constitucional y esencialmente
democrático, sobre todo por la frecuencia de elecciones y otras consultas
comiciales…
Semejante patraña ha sido vendida con habilidad. Eso
no se puede desconocer. Como tampoco se puede desconocer que no pocos compraron
la patraña, no porque cayeran por inocentes, sino porque pensaron, con razón,
que podían sacarle un oneroso provecho a la situación. Al fin y al cabo, la
hegemonía roja no es sólo despótica y depredadora sino también envilecida o
radicalmente corrupta. Todo lo que toca lo corrompe y, por tanto, lo destruye.
El “programa económico” del que tanto se está ufanando
Maduro, es una pieza en ese engranaje. No es ni mucho menos la pieza principal,
pero sí es la que está presente en estos momentos, en lo que queda de discusión
pública en Venezuela, bastante desbaratada, por cierto, en lo cuantitativo y
cualitativo. La cantidad de disparates que se leen o escuchan en el país,
mañana, tarde y noche, da buena cuenta de todo eso.
Disparates o barbaridades que no pocas veces provienen
de “voceros prudentes” o de figuras de cierta resonancia pública en el campo de
la oposición política, que, lamentablemente, se agotan en la minucia del día a
día, y soslayan por completo el contexto general, sin el cual, los asuntos
particulares o no se comprenden en lo absoluto, o se comprenden de una manera
peligrosamente equivocada.
Este delirante “plan” que Maduro viene anunciado en
medio de absurdos y ambigüedades, inflige daños gravísimos a la ya catastrófica
condición de Venezuela –que si el padre Luis Ugalde señaló que era de terapia
intensiva, hace más de un año--, hoy debe ser una condición que coloca al país
al borde de la sepultura. Y me refiero, a la sepultura de Venezuela como nación
viable.
El plan de Maduro no es la raíz y ni siquiera el
tronco de la tragedia. Es uno de sus ramajes. Lo principal es el proyecto de
dominación como tal, o la hegemonía despótica, depredadora y envilecida que
destruye a la patria.